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Columna: Un grito en la noche

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Pañuelos negros al aire, reclamos desgarradores, gritos que claman justicia, letreros que señalan a los culpables de un crimen de estado.

El partido inicia en el Ámsterdam Arena; México se enfrenta a Holanda en un duelo amistoso que algunos nos quisieron vender como una revancha, pero que en realidad no valía nada.

En la cancha, los jugadores mexicanos daban un buen espectáculo mientras en las gradas del estadio se reflejaba la realidad de un país que se desangra, de un país donde la luz de esperanza es cada vez más débil, más tenue, casi inexistente.

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En el césped, Carlos Vela disfrutaba un regreso triunfal.

Sus anotaciones lo convertían en el héroe del equipo, en el referente de una selección que jugó por nota un partido intrascendente, de una selección que debió de haber jugado así hace cuatro meses cuando el triunfo le hubiera valido la gloria.

Los alaridos de gol de los mexicanos en la tribuna desaparecieron en cuanto a la memoria les llegó las imágenes y nombres de los 43 mártires de Ayotzinapa.

Se jugaba el minuto 43 del partido cuando irrumpió la voz representativa de todo un país sumido en el dolor causado por la insensibilidad de los asesinos, la voz de todo un país al que le hierve la sangre por las respuestas sin sentido expresadas por millonarios y encumbrados políticos que ya se sienten cansados.

“¡justicia, justicia...!”, fue el grito que envolvió al Ámsterdam Arena y que retumbó en cada rincón del mundo.

El reclamo que emanó de las gradas invadió la cancha en donde México le estaba dando una repasada a una selección de Holanda a la que perder un partido de futbol no le representa perder la dignidad nacional ni el respeto internacional.

“43 Todos somos Ayotzinapa. Fue el Estado. Ya me cansé”, se leía en una de las mantas que un aficionado mexicano colocó afuera del estadio.

Así como los goles de Carlos Vela, la imagen de la manta con el enunciado que apunta directamente a los ejecutores intelectuales y materiales de la masacre le dio vuelta el mundo.

Como José Luis Abarca, que ordenó a sus policías detener a los estudiantes normalistas, Miguel Herrera instó a sus jugadores a someter a los holandeses.

El entrenador del Tri consiguió su objetivo por la vía del convencimiento y el trabajo, el alcalde asesino de Iguala lo consiguió a punta de balazos para silenciar a los que pretendían desenmascarar la pestilente podredumbre de su administración y la decadente estructura del sistema político mexicano.

Chicharito Hernández, Andrés Guardado, Héctor Herrera, sacaron la cara por México, los normalistas de Ayotzinapa dieron la vida por México.

El dulce sabor de la primera victoria de una selección mexicana en Europa en los últimos 30 años en nada pudo ocultar la amarga realidad de un pueblo que ya no pide goles sino que clama ¡justicia... justicia!.

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