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La mansión Estudillo simboliza el equilibrio de San Jacinto entre el pasado y lo nuev

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Un grupo de cinco adolescentes ronda la entrada lateral del museo mansión de Estudillo en San Jacinto. En viernes, únicamente el exterior está abierto. “Vámonos”, grita un chico ruidoso y juguetón. “Aquí espantan”.

Al rodear la mansión los jóvenes visitantes reaparecen junto a la fuente, su algarabía contrasta con el silencio que reina en la casona estilo italiano, que data de 1884. A pesar del tiempo, la estructura de ladrillo habla de un glamour y un lujo que no concuerdan con el San Jacinto de hoy.

En el jardín de la casa museo los árboles están pesados de fruta. Dos altos y viejos cipreses se conservan como en las fotos de los primeros años del siglo veinte, según comenta la directora del museo ferroviario de la vecina ciudad de Hemet, Rosemary Sears. Hay un naranjo, un pérsimo (diospyros virginiana), varios nogales, un olivo, un colorín, y una nopalera. Sears suspira cuando externa que la propiedad completa “tiene apenas 5.3 acres, lo que queda de los originales 35 mil asignados a Francisco Estudillo”.

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Otra visitante, Leticia Hernández, temporalmente en la ciudad desde Texcoco, México, rompe una nuez con los dientes al tiempo en que intenta nombrar todos los árboles que ve. Leticia responde a la pregunta de si hay espantos con una carcajada incrédula y se toma una foto junto a un árbol de ramas que cuelgan hasta el suelo. “Se parece al pirú”, dice, “de los que crecen en México”.

Para muchos visitantes el apellido Estudillo es una vaga referencia. Algo parecido ocurre con los nombres de las calles o los nombres que luce el monumento a los fundadores de Temécula. Pero ya sea Estudillo, Pujol, o Rubidoux, en Riverside es innegable que las raíces hispanas son profundas.

La coordinadora de eventos comunitarios de la mesa directiva que administra la mansión de Estudillo, Lynn Peterson, habla de la casona como si fuera una joya. Según ella, el interés que mueve a los miembros de la mesa es mantener vivo el contacto con la historia local.

Pero la mansión de Estudillo, contrario a lo que piensan muchos, no representa tanto el pasado mexicano de California como la fuerte influencia que ya en la California estadounidense ejercen las familias hispanas que en ella siguen viviendo, a pesar de los cambios producidos por la guerra. Francisco Estudillo, el hijo más joven de uno de los fundadores de Pueblo San Diego, José Antonio Estudillo, tiene apenas cuatro años cuando se firma el tratado de Guadalupe Hidalgo.

Francisco contrata a los diseñadores Bacon & Ashenfelterf quienes diseñan la mansión, según el National Register of Historic Places (El Registro Nacional de Bienes Históricos) para sustituir el adobe original, Casa Loma, destruido por un incendio.

Francisco es el dueño original de la mansión que sigue en pie. Vive en ella de 1885 a 1901, año en que el banco la embarga y su familia se establece en Los Ángeles.

Simbólicamente, tanto Francisco como su mansión representan los cambios vertiginosos que transforman a California de una sociedad agraria en un núcleo urbano.

Entre 1902 y 1952 viven en la mansión de Estudillo 26 familias. La última propietaria, Bernice Elliot, la deja en 1992, luego de los daños que le ocasiona el temblor de Landers-Big Bear. Ella muere en junio de 2013.

A pocas cuadras de Dillon y la Séptima, desde la carretera a la reservación de Soboba puede verse la hilera de palmas que resguarda a otra mansión, gemela de la de Francisco Estudillo, la de su hermano Antonio. La segunda propiedad no está accesible al público. Desde 1901 permanece abandonada.

San Jacinto es hoy, todavía, un mundo que se resiste a romper con su pasado. En las áreas nuevas dominan los edificios y trazos de las inmobiliarias que hacen de Riverside la nueva frontera para quienes ya no pueden pagar los altos costos de rentas e hipotecas de Los Ángeles o de San Diego. Pero en el centro histórico perdura el paisaje agrícola y rural, además de los árboles en pie, las estructuras victorianas del casco urbano de finales del siglo xix, y los espaciosos terrenos con animales de cría y tractores.

Lynn Peterson comparte que la casa sobrevive gracias a la mesa directiva que mediante fondos altruistas se ocupa de su restauración y mantenimiento. Y comenta que solo la chimenea de mármol, en la salita de estar, es original. Los muebles que la decoran corresponden al periodo que va de 1885 a 1900.

Entonces el único espanto que ronda esta y muchas otras construcciones que conforman la herencia hispana o indígena de California es el abandono. El golpe de gracia lo ejecuta una economía vulnerable que elige siempre recortar los presupuestos para la cultura. Aquí, la transferencia de la propiedad del condado a la ciudad la pone en manos de una mesa directiva de amantes de la historia local aunque también le merma algún posible apoyo estatal, apostando únicamente por benefactores comprometidos y altruistas que la mantengan a flote.

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